Para no olvidar

Los hombres son fantasiosos . Siempre quieren lo que está prohibido: la libertad, por ejemplo. (Carlos Cañas)

jueves, febrero 02, 2006

Una pareja ajena a todo

La escena transcurría a pocos metros del muelle. Ellos, ajenos al mundo, desentonaban con todo lo que había a su alrededor. Aparecieron ayer caminando por la rambla, vestidos de pies a cabeza con trajes de neoprene. Tenían el pelo mojado, y él llevaba una rosa roja en la mano.
Ella, cómplice, reía. Bajaron apretados por la escalinata rumbo a la arena, y de allí al mar. Jugaron un largo rato entre las olas. Besos y caricias los separaban del universo mientras los pasajeros del Norwegian Crown y del Silver Cloud apuraban sus compras en la Avenida Roca y en el microcentro de Madryn.
Cerca de ellos, una colonia de pibes llenaba la costa de bullicio, una pareja jugaba al tenis sin red y tres perros atorrantes y callejeros se metían al agua descaradamente, a despecho de los carteles municipales que los proscriben por completo. Al final, la pareja de amantes se soltó de las manos y se internó a nadar rumbo al horizonte primero, y al sudeste después. Seguramente volvieron, pero nadie los vio, salvo aquellos capaces de captar los asuntos sensibles. La rosa roja se habrá perdido en el camino, pero eso no le importa a nadie. Fue la primera escena interesante de la mañana de Puerto Madryn, capturada entre la marea extraordinaria, el sol radiante y los más de 1.500 extranjeros que llegaron de golpe a bordo de los cruceros.
Ya era la hora del almuerzo. Los turistas daban vueltas desde tempranito, y a las 12:30 ya estaban acomodados en las mesas. Conmovía ver el esfuerzo y la dedicación con la que tres extranjeros –de apariencia nórdica- y un español atacaban las empanadas criollas. Las tomaban de la fuente con un tenedor, y las cortaban prolijamente en tres o cuatro partes. Los más atrevidos empujaron con el pancito, y los otros con el cuchillo. Dejaban el repulgue a un costado, mientras el galeico les explicaba que debían encarar la dura tarea a mano desnuda, pero no se animaron.
A los 25 minutos –controlados por reloj- me paré y me fui. Le expliqué al que fungía de encargado que ni siquiera me habían tomado el pedido, a pesar de que en el local sólo había cuatro o cinco mesas ocupadas… ¿Qué… la plata argentina no vale? En El Clásico tuve mejor suerte. Estaba repleto, pero los mozos nos hicieron un lugarcito. A la izquierda, un matrimonio bastante mayor y muy norteamericano peleaba contra el menú de la casa. No entendían la carta, a pesar del correcto inglés de una mesera simpática y diligente. Primero quisieron algo con frutos de mar, después pizzas, después un plato que vieron pasar, y al final se conformaron con unas copas de helado. Pagaron con un billete de 20 dólares y se fueron. A la pobre piba la volvieron loca. Un poco más atrás, un grupo de mujeres encendía cigarrillos, una licencia que en su país de origen resultaría ilegal y extravagante. Pero en la Argentina todo se puede…
La ciudad se fue vaciando de a poco, mientras los viandantes volvían a los buques de placer, para seguir su viaje de vacaciones cinco estrellas. Y aquí, todo como siempre. Hasta el próximo crucero.
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